viernes, octubre 06, 2006

Selva de cemento y de fieras salvajes...o

...O CALLE DE VIDA Y RONDA DE LA CONVIVENCIA

Por Gersaín Díaz Osorio

Que “la paz es el camino”, como se le atribuye a una frase del líder espiritual Gandhi queda demostrado, en una de las calles más temidas por su reconocido nivel de delincuencia y peligrosidad en la ciudad de Cali. Se trata de la Calle del Crack en el barrio Eduardo Santos de la comuna 12.

En esta calle famosa por los numerosos sitios destinados a la venta y consumo de sustancias psicoactivas, y ocupada habitualmente por adictos en su mayoría adolescentes desde los doce y trece años, hasta adultos, escurridizos delincuentes callejeros expertos en evadir a las patrullas de la policía que tímidamente hacen sorpresivos recorridos por el lugar y sus alrededores, tuvo lugar el viernes 20 de septiembre un hecho que nadie, 24 horas antes, se hubiera atrevido a imaginar.

“La Calle de Vida y Ronda de la Convivencia”. Ese es el nombre que los profesionales de la Fundación CONTINUAR encargada de desarrollar el Proyecto Distrito de Paz No 2, le ha dado a la actividad.

Una tarima ubicada en el punto principal de las cuatro o cinco cuadras que configuran la calle del Crack, que desde las cuatro de la tarde sorprendió a los vecinos con el ritmo de la salsa, y el pegajoso sabor del hip hop, el rap y el reggae, bastante apetecidos en el lugar, donde la mayoría de la población es afrodescendiente, comenzó por convocar a los niños que a los 20 minutos ya saltaban en la tarima descalzos, descamisados, barrigones, desnutridos, descaradamente alegres celebrando la fiesta de la vida; ellos que todo lo celebran, a pesar de las acumuladas hambres y las concentradas pobrezas, ellos que todo lo celebran por el puro goce de celebrar.

Una hora después, cuando a las seis de la tarde se presentó el primer grupo artístico, la tarima quedó completamente rodeada por niños, adolescentes, jóvenes y adultos de ambos sexos que aplaudían cada presentación.

Así transcurrieron cuatro horas sin que al parecer, nadie se acordara de que estaban en la famosa calle del Crack. Esta, que habitualmente es “selva de cemento y de fieras salvajes” se convirtió por cinco horas fugaces, inolvidables quizás para algunos habitantes del lugar, en “Calle de Vida y Ronda de la Convivencia.

La tarima fue aprovechada como vitrina por los raperos del lugar que, sintonizados por un cigarrillo de marihuana, pronto saltaron para mostrarse ante sus vecinos y disfrutar el inefable delirio de sus aplausos, entonando sus melodías como las llaman ellos, con temas que siempre versan sobre historias violentas de pillos, bacanes, pandillas, capos, jíbaros, matones y vividores con final infeliz.

La actividad fue organizada por Julián Serna, profesional de la fundación Continuar, con la ayuda de algunos vecinos del lugar, miembros de las juntas de acción comunal y con integrantes del Comité de Convivencia de la Comuna 12 de Santiago de Cali.

APUNTES PARA PENSAR LOS ACUERDOS HUMANITARIOS DESDE OPTICAS NO PATRIARCALES

Por Norma Lucía Bermúdez

A este texto lo llamo apuntes por el nivel de provocación, inspiración y dificultad de pensar de manera no patriarcal el tema de los acuerdos humanitarios.

También porque lo que aquí presentaré es realmente un trabajo de artesanía: A la manera de las queridas colchas de retazos con las que nuestras abuelas resistieron a las dificultades económicas, he compuesto un escrito con las palabras y las ideas de muchas mujeres que desde su saber académico, desde su activismo a favor de la equidad, desde su inmensa preocupación por la crisis humanitaria, desde su sobrevivencia a las catástrofes que pasan a diario en el país, han ido aportando colores, texturas y pedazos a esta posibilidad que hoy quiero compartir con ustedes.
El reto que plantea esta ágora de mujeres es develar y trascender nada más y nada menos que la lógica patriarcal.

La lógica patriarcal se ha instalado como una manera única de conocer y hablar de la vida. Una manera de estar en el mundo basada en la dominación, la humillación, la fuerza, la depredación, la negación de las diferencias, la discriminación con base en las diferencias. La lógica y el lenguaje patriarcal no sólo son utilizados y portados por hombres, sino por muchas de nosotras que en ocasiones somos también correas de transmisión de esta manera de ejercer el poder.

Pero sabemos que hay que inventar maneras no patriarcales de pensar, conocer y vivir. Lo sentimos, lo sabemos y lo recordamos a diario, porque el lenguaje patriarcal nos trae serias frustraciones, por ejemplo:


Cuando nosotras preguntamos y nombramos la vida, el dolor y la resistencia, el lenguaje patriarcal nos habla de seguridad, terrorismo, enemigos, criminales... y todos los términos que oímos todos los días repetir en los medios, en las reuniones de alto nivel, en el Congreso, en las Cortes y en fin, en los escenarios en los que se toman las decisiones sobre nuestras vidas y las de todo el país.
El lenguaje patriarcal es un lenguaje que construye el olvido.

Cada día nacen y mueren escándalos, espectáculos y versiones caricaturescas de lo que pasa con la vida de las personas en Colombia y en el mundo. Es un lenguaje que oculta la verdad, que niega la posibilidad de la complejidad, que simplifica todo desde una mirada bipolar, que divide al mundo en buenos y malos.

Es un lenguaje que tenemos que trascender porque no nos responde a nuestras preguntas, porque cuando preguntamos por la vida, cuando reclamamos por nuestro deseo de abrazar a nuestros seres queridos, de ver salir los dientes a nuestros hijos e hijas, de ir al entierro de nuestros padres y madres, cuando nos sintonizamos en el lenguaje de la vida y el dolor...
Nos responden con números de leyes y decretos que lo impiden.

Una de las claves favoritas del lenguaje patriarcal es hablar de leyes, acuerdos, tratados, protocolos, declaraciones, números de artículos, parágrafos y con perdón de las cristianas, también de versículos. Y aunque comprendemos perfectamente y sabemos de memoria algunos de esos números de leyes, acuerdos, derechos y decretos, seguimos con la sensación de que no son suficientes para responder a nuestro clamor de vida.

Hay muchas leyes, sí, pero nosotras seguimos preguntando por la justicia.
El lenguaje patriarcal y la historia de la justicia en el país, igualan justicia a venganza o a impunidad.
Nosotras conocemos las cifras de impunidad, sabemos del endurecimiento de las penas en los códigos, pero sabemos que esta no es tampoco la justicia que buscamos.

Sabemos que tenemos que inventarnos otras formas de justicia en las que haya verdad y reparación, opciones que construyan puentes, que reconstruyan confianzas, proyectos de vida digna.

El lenguaje patriarcal, que durante siglos se ha instalado como el Lenguaje, nos ha acostumbrado a la idea de hay una Historia, que ha sido hecha por Héroes, todos Hombres.

Pero nosotras sabemos que no hay un lenguaje sino lenguajes, que no hay una historia, sino historias y que están poco escritas en el papel, pero las tenemos plasmadas en la memoria y en el cuerpo.
Pregunto, o más bien afirmo, que todas tenemos una abuela o una madre a la que le hemos escuchado las historias de la violencia conservadora y liberal en Colombia.

Cuento otra de las historias, que nos regaló Corinne Kumar, una mujer de la que más adelante les hablaré más en detalle:

Es la historia de las mujeres Confort (50 años viviendo en silencio y en soledad el recuerdo de la esclavitud sexual a la que las sometió el ejército imperial japonés y sus recuentos, llenos de detalles y de dolor, como si hubieran vivido ayer esta tragedia) y la pongo de ejemplo de lo que llevamos las mujeres escrito como con un hierro candente durante toda la vida. La pregunta de las mujeres confort al movimiento de mujeres es por qué se demoraron tanto, dónde estaban durante 50 años en los cuales ellas morían de dolores físicos y del alma.

No es una historia tan lejana. A nuestras abuelas y madres les ha tocado solas sanar o no sanar jamás las heridas de la injusticia, la guerra y la barbarie. Sus historias no han sido jamás contadas en Colombia. Aún hoy, el dolor de las mujeres está oculto, o aparece como ligeros video-clips, que se confunden entre otras notas de deportes y farándula.

Por eso, hablo de la posibilidad y urgencia de juntarnos a reconstruir nuestras historias e inventar nuevos lenguajes para narrarnos y para aportar otra óptica que el mundo está necesitando. Y aunque no es tarea fácil, tampoco es tan difícil. Recientemente, tuvimos la fortuna, desde una de las organizaciones en las que participo, el Consenso de Mujeres del Barco de la Paz, de hacer una gira por el país, presentando la propuesta de hacer una Corte de Mujeres Colombianas Contra el Olvido y para la Reexistencia.

Las Cortes de Mujeres son experiencias que se han realizado en países de Asia, Africa y ahora también en Latinoamérica, para visibilizar la violencia en contra de las mujeres. Corine Kumar, quien pertenece a las organizaciones que han coordinado las anteriores Cortes en el mundo, viajó a varias ciudades de Colombia contando la experiencia e invitándonos a construir una Corte de Mujeres en Colombia.

Aunque las reuniones no lo pretendían, en todas ellas aparecieron las historias de las mujeres colombianas.

Las palabras Eulalia Yagarí indígena de Antioquia, que nos contó cómo los pueblos indígenas son los últimos que van quedando en las montañas de Colombia, cada vez más vacías por culpa de la guerra y los megaproyectos. Ella nos dice que su pueblo está quedando sin lágrimas de tanto llorar y sin voz de tanto gritar.

Nos cuenta cómo ven cada día morir a las personas a manos de los grupos armados y cómo la gente no muere nunca en silencio. Muere gritando, suplicando, dejando testimonio de que muere sin querer morir.

Las mujeres costeñas, sobrevivientes también de las masacres nos dicen con una sabiduría simple y una ironía magistral: Las masacres son como el carnaval de Barranquilla: sólo quien las vive, las siente.

Patricia, mujer habitante forzada de Cali, desplazada por la violencia, nos pide que además del despojo de la tierra, no contribuyamos a despojarlas también de su dignidad. Nos recuerda quién es la población desplazada: Gente trabajadora del campo, nos exige que no la tratemos como indigentes y nos reta, a las demás mujeres y a los y las funcionarias que hablamos con propiedad del tema del desplazamiento, a que hagamos la proeza cotidiana que ella hace de trabajar todo el día para que sus hijos no pierdan la dignidad y a pesar de todo, les enseña a amar este país que los ha desplazado y excluido.

Son miles las historias que nos demuestran, una y otra vez, que las miradas simplistas no son ya respuesta a lo que pasa en nuestras vidas. Que las historias son muchas y variadas, que están por escribirse, por tejerse, por encontrarse.

Que desde la marginalidad se han venido construyendo saberes, propuestas y lógicas diversas.
Pero a pesar de tanto saber acumulado, de tener tanto qué decir y aportar en todos los escenarios nacionales, la propuesta que hoy traemos no va en la lógica de conquistar, fortalecer ni legitimar al poder central.

La posición que traemos no habla de un acuerdo, sino de acuerdos entre la sociedad civil, entre las mujeres de diferentes experiencias, entre los movimientos alternativos.
Los acuerdos humanitarios que proponemos no van dirigidos principalmente a las guerrillas, los paramilitares, ni el gobierno.

Van dirigidos, como dicen Adalgiza y Clara Charria, a todas y todos los colombianos que jamás pensamos en la muerte como opción. Va dirigido a
tod@s aquellos que a pesar del miedo construyen vida, que ríen, que conocen el lenguaje de la música, a esos y esas que alguna vez han prometido no huir de si mism@s, a los desesperanzados, a los escépticos, quienes cuidan a otro ser.
Esta propuesta va dirigida a los niños y niñas, a esos a los que no les han secuestrado su infancia ni el terror ni el consumo de tiendas comerciales.


A los que reclaman la posibilidad de mirar a los otros como sus hermanos, a esos que les duele el hambre en las calles, a los huérfanos de dios, a los que esperan una condena, a los que creen a pie puntilla todo los que pasa en las canciones.Un acuerdo humanitario para nosotros mismos, los civiles desarmados, porque tenemos que preguntarnos los limites de nuestra propia humanidad.

¿Qué mueve nuestra indignación?
¿Hasta dónde consentimos que crezca la maldad?
¿Permitiremos que los furibundos sigan guiando nuestros pasos?
¿Qué esperamos para emprender el viaje hacia nuestra propia patria?¿Qué hacemos con nuestros asesinos? Con nuestros corruptos? Con tantos indolentes?¿Hasta dónde estamos dispuestos a perder nuestra frágil humanidad?¿Cuáles son nuestros límites?


Sí, es cierto que el intercambio de presos por secuestrados calme el dolor de mucha gente. Nosotras podemos acompañar esos esfuerzos y los intríngulis de una negociación que se da centímetro a centímetro. Pero no debemos olvidar que requerimos una negociación con generosidad y grandeza, que nunca olvide preguntarse por la felicidad, que ocurra en cada corazón, en cada comedor, en todos los territorios que hemos aprendido a nombrar.

Al mismo tiempo, desde nuestra propia historia como mujeres tenemos todo que aportar para sacar de la rutina y de los lugares comunes los espacios y los discursos que todos los bandos leen en los encuentros de negociación y que guardan para volver a sacar igualitos en la próxima ocasión.
Nosotras, por ejemplo, somos las únicas que podemos preguntarnos y proponer puntos concretos sobre la vida y la situación de las mujeres en las cárceles, de las mujeres que están en el monte, de las secuestradas, de las desplazadas. Somos las únicas que podemos imaginar que hay cosas que pasan en los cuerpos y las mentes de las personas que sufren estos dramas en el país. Tenemos todo que aportar, tenemos las ganas de ponernos de acuerdo, de rodear a las más tristes, de hacer pactos y acuerdos entre nosotras.

Ha habido ya ejemplos magníficos, como las alianzas entre las cinco iniciativas de mujeres, como la propia Constituyente Emancipatoria, ese pacto básico entre mujeres en torno a las ideas que tenemos para otra Colombia posible.

Nuestras propuestas, no tienen, ni deben tener, la imagen del poder central que emana hacia abajo y afuera: Son construidas desde abajo, desde adentro y desde la marginalidad. No hablan de la acumulación de fuerzas, parten de lo que somos: como dice Gloria Cuartas, una suma de soledades... y vulnerabilidades. Parten de los poderes que habitan lo pequeño, lo débil.

Son procesos en los que vamos llorando, vamos golpeadas, vamos indignadas, pero seguimos yendo.
Y en estos encuentros de tristezas y soledades, vamos fraguando las complicidades y las compañías, vamos, sin saber cómo, reencontrándonos con la alegría de saber que ustedes existen y eso basta para levantarnos de nuevo y con un abrazo solidario, reinventarnos la esperanza y la vida.

Cali, octubre 2006